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Si pulsas en esta célula mi sangre textual circula

6/03/2014

LA REPÚBLICA CONSTANTE

El rey ha abdicado. Sorpresa. Solo se llevaba planificando desde enero y se comunicó a mucha gente en marzo, pero es una sorpresa. Por supuesto todo bien medido para no enturbiar las elecciones al Parlamento Europeo. Hasta la prensa de la gran investigación y el descubrimiento infinito no se había enterado de nada. Y, claro, llega uno al primer lunes de junio pensando en cómo sobrevivir al verano y se encuentra desayunando con un soponcio dinástico.

Estaba claro que pasaría pero no de esta manera. Casi se han dado más prisa que con el artículo 135 de La Intocable. La verdad es que ha tenido cierta gracia ver la histeria del Régimen del 78. Buena muestra de que los tiempos están cambiando. Pero, lejos de formas y estrategias burdas, deberíamos preguntarnos por qué es necesaria una República.

La monarquía, por definición, es un sistema dinástico basado en la herencia sanguínea del primogénito o primogénita (siempre que a la primogénita se le dé permiso, que no está la cosa para feminismo coronado) para el mantenimiento de los intereses del reino. Esos intereses fueron, hasta hace bien poco, geoestratégicos, políticos, económicos y militares. Es decir, el rey era el unificador y gestor del reino para el desarrollo de su misión. Misión que venía encomendadad por Dios y por su sangre. El providencialismo está ahí y no me lo he inventado hoy.

Pero resulta que nos plantamos en pleno siglo XXI y seguimos teniendo monarquía. Cierto es que la nuestra ha sido muy atípica. Desde la Restauración borbónica hemos estado a la greña no por gusto, sino porque a cada rey que nos imponían era más inútil y zote que el anterior. De hecho, España es ese país de los reyes zote por antonomasia. Excepción hecha de Alfonso X El Sabio y alguna rara avis de la buena gobernabilidad. Los Trastámara,  los Austria y los Borbón han sido en cierto modo las oleadas que hemos debido sufrir. Y no hablemos ya de los virreyes y el festival de cargos cortesanos. Cosas de la Historia que sería difícil enmendar. La pregunta por tanto es: ¿Qué hace que en España seamos tan aficionados a la corona y la corte? La respuesta es clara: Se han creído que el contrario es caos.

Y sí, la historia de las repúblicas españolas ha sido de infarto. Es lo que tiene luchar contra el poder absoluto y surfrir un golpe de Estado. De hecho, dudo que muchos de los que alaban la monarquía sepan en qué consiste. Mientras los reyes molen y las princesas sean guapas todo va bien. Pero no quieren ver que un sistema de organización estatal como el republicano se basa en la igualdad entre indivíduos. El rey con permiso de Hobbes no deja de ser una figura de imposición externa a la voluntad de esa sociedad 'ingobernable e imposible de regir sin el uso del miedo'.

Por eso ante la abdicación del rey solo caben dos caminos. La de los monárquicos negadores de la democracia, garrapatas del trono y cortesanos a sueldo. O la de los demócratas que piden votar por su modelo de Estado. Si el resultado en un referendum sobre monarquía y república fuese un clamoroso no a la república, tocaría aceptarlo. Eso es la democracia. Pero, por favor, no nos digan que la monarquía es democrática. Porque aunque la monarquía se vista de parlamentarismo barato, monarquía se queda. Lo contrario, el mantener el statu quo a fuerza de política de salón, no es más que eternizar un ansia de República constante.

David Marzal

Profesor y escritor