El Gran Gatsby ha llegado a nuestras pantallas y lo hace con todas las polémicas posibles. Que si demasiado excesiva, que si poco fiel a la obra, que si mucho ruido y pocas nueces, que si anacronía, que si muy moderna...En fin, típicas críticas de alguien que no acaba de entender muy bien qué es el cine. El cine en su sentido primigenio es soñar e imaginar. Y Luhrmann imagina y sueña a lo grande.
Scott Fitzgerald dibujaba en su breve y melodramática novela una sociedad vacía, entregada a sus placeres y aislada de los sentimientos verdaderos debido a la influencia del poder y el dinero. En ese panorama de luz y glamour enfermizo vive la joven y decrépita moralmente Daisy Buckanan. Su frágil apariencia llamará la atención de Mike, un simpático primo recién llegado a Nueva York y reavivará las ansias de amor de un enigmático personaje: Jay Gatsby.
Pero, ¿quién es Gatsby? Ese es el enigma que creó Fitzgerald y recupera el bueno de Baz con todo su esplendor. Jay Gatsby es real y ficción, es riqueza y pobreza, es ambición y conformismo, es triunfador y perdedor, es salvador y verdugo, es inteligente y necio, es amable y detestable, es pacífico e iracundo, es un enamorado y un solitario. Porque al final Gatsby no es más que un ser humano. Un ser humano que quiere rehacer un pasado idealizado, un ser humano indefenso ante la realidad.
Y es justamente en ese punto donde Luhrmann encuentra el equilibrio del relato. Di Caprio borda un papel dificilísimo en el que debe jugar en la continua ambigüedad. Y Carey Mulligan le acompaña en una soberbia interpretación. Ambos se conjugan perfectamente para dar vida a un amor maldito y eterno.
Luhrmann juega al exceso, a la provocación, al grand guiñol (la escena del apartamento recuerda a aquella habitación de locura en Moulin Rouge), el humor y la furia de la música. Música que vuelve a ser acertadísima. Lo de Lana del Rey y su Young and Beautiful camisero de Prada me ha puesto los pelos de punta. Pero también juega a la realidad.
Porque de lo que habla El Gran Gatsby es de una sociedad llena de excesos, perdida en si misma, incapaz de valorar sus actos, negada para luchar por sus deseos, narcotizada a base de egocentrismo y narcisismo, drogada de ambición y vacío. Una sociedad del tanto tienes tanto vales, del ahí te pudrás que no eres nadie. Una sociedad ahogada en fuegos artificiales que agoniza entre ideas vacuas de lo que debió ser alguna vez. En definitiva, la vida hoy que ya fue contada hace más de ochenta años, compañeros.
David Marzal
Profesor y Escritor