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Si pulsas en esta célula mi sangre textual circula

2/12/2014

LA LECTORA AUSENTE

La semana pasada fue difícil. De hecho, saber que vas a perder a una de las personas que más quieres siempre lo es. Llevábamos tiempo esperando. Quizás demasiado. Esperando que la lenta agonía de la enfermedad acabase. Esperando, también, que al pasar la agonía el golpe fuera llevadero. El pasado viernes 7 moría mi tía tras 13 años de lucha contra el cáncer. Y no sé si por azar o por mor del destino justo en esa semana cayó en mis manos la novela de Carmen Amoraga.

Al abrir La vida era eso sentí un escalofrío, una intrépida descarga que me arrebató el aliento. En la entradilla se citaba a Estellés, mi poeta favorito, y se anunciaban ya las líneas maestras de una historia de superación. En esta novela sobre la superación del luto y la celebración de la vida estaba presente de una u otra manera mi tía. Presente en la descripción de la enfermedad ('El bicho ha vuelto a despertarse', me dijo mi prima hace ahora medio año), presente en las escenas de lucha, presente en los detalles...

Devoré la novela y la acabé el día 6. La he vivido apasionadamente y con entrega. Quizás haciendo un homenaje a la persona que se iba. Quizás creyendo que al arroparme entre palabras se me haría más llevadera la futura ausencia. Quizás porque la lectura era la afición de mi tía. Cientos de libros se apilan aún en cajas aquí y allá. Años y años de lectura. Porque si algo hizo mi tía Carmen fue leer y leernos. No había cena, comida o merienda en la que no acabásemos hablando de literatura. Adoraba a Julia Navarro, disfrutó con Ken Follet, rio con Sendér y se perdió una y mil veces entre las páginas de La Biblia. Leía casi de forma compulsiva. Incluso en sus peores momentos, leía. 

Por eso, al acabar la novela, me prometí que le haría llegar a la autora este mensaje. Mi tía Carmen tambien tiene hijos, tres y no dos, un marido que la amaba, un desparpajo sin precedentes y un sentido del humor arrebatador. Como Giulianna siempre fue una luchadora y una superviviente. Como William tuvo que enfrentarse a la despedida, dejando a cada uno mensajes y misiones que debemos cumplir. Y como los libros, que son la base de todo aprendizaje, se convirtió para nosotros en una transmisora de conocimiento. De hecho, dedicó toda su vida a la enseñanza. 
 
Hoy, ya no está con nosotros. Mañana tampoco. Ni al siguiente. Pero solo en lo físico. Porque sabemos que cada vez que abramos un libro ella estará presente. Mi tía Carmen, de eso estoy convencido, es la lectora ausente de La vida era eso. Una obra tan real y tan necesaria, tan sencilla y tan esclarecedora, tan dolorosa y feliz, como la vida que se nos ha ido.

David Marzal


2/03/2014

ES LA DROGA, IMBÉCIL


Retomo este blog algo abandonado en los últimos tiempos porque de nuevo el espacio se hace pequeño para explicar lo necesario. Supongo que todos sabréis que ha fallecido el actor Philip Seymour Hoffman.  Rubio, pecoso, gordo e inmenso en cada una de sus interpretaciones. Mi admiración por él se remonta a Magnolia, aquella película de Paul Thomas Anderson en la que ni un descerebrado Tom Cruise conseguía acabar con la firmeza de un guión colosal. Philip ha muerto de sobredosis. Joven, en la cresta de la ola y con un Oscar reflejado en el brillo de la punta de una aguja asesina. 

Pues bien, ayer Tuiter, esa caja de la locura que a veces nos ofrece momentos estupendos y otros no, se hacía eco de un tuit a mi parecer desafortunado de Marta Rivera de la Cruz. En él expresaba abiertamente que Philip Seymour Hoffman había muerto porque era un imbécil. A lo que otra tuitera le respondía que no era un imbécil que la enfermedad de la drogodependencia había acabado con él. El tono de la respuesta por parte de Marta fue el de distinguir un cáncer y una esclerosis de un drogadicto. Ante lo cual yo apunté que revisara su concepto de enfermedad porque lo tenía algo oxidado. 

La reacción fue tremenda. No podíamos comparar a Philip con Mankell porque Mankell tenía cáncer y Philip era un drogadicto que, según ella misma matizó más tarde, se aburría mucho y le pegó por drogarse. Ante mi asombro y ante la sospecha de confirmar uno de mis peores temores le pregunté abiertamente si consideraba que había enfermedades de primera y de segunda categoría. La respuesta me dejó en shock:

      'Sí, amigo mío, las hay. Las que a uno adquiere por voluntad propia me merecen menos compasión que la que las que tocan en suerte' (sic)

Ante esta barbaridad mi reacción fue la de ejercer un paralelismo. Entonces, el VIH que es un síndrome adquirido le merecería menos compasión que el cáncer, ¿y la bulimia?, ¿y la anorexia? ¡Malditas niñatas que adelgazan por capricho!, ironicé. La cosa hubiera podido quedar aquí, pero siguió con tuits como 'Perdonadme que no tenga la misma empatía por un enfermo de cáncer que por un drogadicto, por mucho que lo diga la OMS. La cascada de despropósitos se sucedía. Incluso hubo un momento en el que le dije irónicamente que se fuese a dormir porque estaba perdiendo el oremus. A lo que ella me contestó que yo me estaba pasando.

Mira, estimada Marta, no me estaba pasando. Te estaba avisando. Estaba avisándote de un concepto erróneo de enfermedad que has asumido como verdadero, estaba avisándote de la inconsciencia de llamar imbécil a un actor fallecido hacía menos de 24 horas. Te avisaba, también, de que incluso teniendo razón tu tono no era el más adecuado. Pero no quisiste escuchar. Era mejor contestar con cajas destempladas, negar lo evidente y reafirmarte en una clasificación llena de clasismo.

Porque lo tuyo ayer, estimada Marta, no fue un error de cálculo. Fue la expresión natural y verdadera de lo que llevas dentro: Clasificas las enfermedades en base a rigores morales. Hay enfermos de primera y de segunda. Hay enfermos que se lo buscan y enfermos que no. Hay enfermos legítimos y otros que no lo son. Y eso, Marta, por mucho que tengas cultura y popularidad, denota una carencia absoluta no de empatía, sino de ética. Y eso, por suerte, es mejorable.

Te puedo decir esto porque he tenido la desgracia de ver a gente perder sus parejas por las drogas, jóvenes destrozados por la adicción y familias rotas. No la mía. Pero sí otras. Como tú. Que seguro que también has visto muchos casos. Porque vivimos los 80, porque la puta heroína lo quemó todo. Y por eso te avisaba, Marta. Porque cuando has vivido el drama de cerca o a media distancia sabes que esa mierda mata y  destruye. 

Ahora llevas un día entero sin aparecer por Tuiter. Quizás te has desconectado para reflexionar. Pero créeme si te digo que harías bien en pedir disculpas, responder con más humildad y dejar de hablar desde una superioridad moral que no tienes. Y no la tienes porque la perdiste al calificar a un drogadicto de imbécil por morir así. Quizás mis palabras no te gusten ni te importen. Pero te lo digo porque aunque nos joda sé que nos seguimos importando. Y sé que ambos ante la destrucción de muchos seres humanos hemos gritado '¡Es la droga, imbécil!.

Atentamemte,

David Marzal