La semana pasada fue difícil. De hecho, saber que vas a perder a una de las personas que más quieres siempre lo es. Llevábamos tiempo esperando. Quizás demasiado. Esperando que la lenta agonía de la enfermedad acabase. Esperando, también, que al pasar la agonía el golpe fuera llevadero. El pasado viernes 7 moría mi tía tras 13 años de lucha contra el cáncer. Y no sé si por azar o por mor del destino justo en esa semana cayó en mis manos la novela de Carmen Amoraga.
Al abrir La vida era eso sentí un escalofrío, una intrépida descarga que me arrebató el aliento. En la entradilla se citaba a Estellés, mi poeta favorito, y se anunciaban ya las líneas maestras de una historia de superación. En esta novela sobre la superación del luto y la celebración de la vida estaba presente de una u otra manera mi tía. Presente en la descripción de la enfermedad ('El bicho ha vuelto a despertarse', me dijo mi prima hace ahora medio año), presente en las escenas de lucha, presente en los detalles...
Devoré la novela y la acabé el día 6. La he vivido apasionadamente y con entrega. Quizás haciendo un homenaje a la persona que se iba. Quizás creyendo que al arroparme entre palabras se me haría más llevadera la futura ausencia. Quizás porque la lectura era la afición de mi tía. Cientos de libros se apilan aún en cajas aquí y allá. Años y años de lectura. Porque si algo hizo mi tía Carmen fue leer y leernos. No había cena, comida o merienda en la que no acabásemos hablando de literatura. Adoraba a Julia Navarro, disfrutó con Ken Follet, rio con Sendér y se perdió una y mil veces entre las páginas de La Biblia. Leía casi de forma compulsiva. Incluso en sus peores momentos, leía.
Por eso, al acabar la novela, me prometí que le haría llegar a la autora este mensaje. Mi tía Carmen tambien tiene hijos, tres y no dos, un marido que la amaba, un desparpajo sin precedentes y un sentido del humor arrebatador. Como Giulianna siempre fue una luchadora y una superviviente. Como William tuvo que enfrentarse a la despedida, dejando a cada uno mensajes y misiones que debemos cumplir. Y como los libros, que son la base de todo aprendizaje, se convirtió para nosotros en una transmisora de conocimiento. De hecho, dedicó toda su vida a la enseñanza.
Hoy, ya no está con nosotros. Mañana tampoco. Ni al siguiente. Pero solo en lo físico. Porque sabemos que cada vez que abramos un libro ella estará presente. Mi tía Carmen, de eso estoy convencido, es la lectora ausente de La vida era eso. Una obra tan real y tan necesaria, tan sencilla y tan esclarecedora, tan dolorosa y feliz, como la vida que se nos ha ido.
David Marzal