Reconozcamos la realidad: Somos unos pringados. Nos hemos pasado la vida defendiendo que el esfuerzo tiene recompensa en el país de los paquirrines. Hemos intentado convencernos a nosotros mismos de la capacidad de superación en la villa de las chabelitas. Y por encima de toda la frivolidad, del colorín y del vacío cerebral, pensábamos que estábamos a salvo por tener estudios y formación. Todo mentira. En España no eres nadie sin una black card.
La black card es como la varita de Harry Potter pero plana. Algunos dicen que cuando la metían en el cajero les daba billetes de 500 euros sin querer. Otros aseguran, incluso, que la black card era capaz de caminar sola hasta el punto de pago y rozarse eróticamente contra el datáfono. La mayoria asegura que eran capaces de coger una pluma Mont Blanc bañada en plata de ley y firmar los vouchers a placer. ¡Qué maravilla de tecnología!
Los poseedores y poseedoras de dichos ingenios fascinantes son los mismos que durante años, lustros y décadas nos han explicado que era bueno endeudarse, que mejor dos casas que una y que fíate de mí que soy el que entiende de esto. Trabajaban vestidos con los mejores tejidos, corbatita de seda chula y gemelito brillante a juego con zapato italiano. Nos salían por la tele, ese altar, con cara de buenos chicos. Olían a perfume caro y triunfo. Eran emprendedores, lumbreras, gente de carrera, sabios, empresarios y políticos de lo más granado. Maravillas de la ingeniería social democrática.
Y mira tú por donde un día nos despertamos y vemos que entre ellos y nosotros, pobre plebe, solo había una diferencia. Una pequeña, cuadrangular y negra diferencia llamada black card. Ellos tenían en sus carteras ese plástico que daba más placer que un tripi en Las Vegas. Nosotros, como mucho, una factura pendiente y un llaverito del supermercado. Es lo que tiene vivir en una democracia avanzada como la española; que a la que te descuidas te la pegan.
No sé si irán a la cárcel. No sé si esto, como tantas otras cosas, acabará en el cajón del olvido. Pero lo que sí que sé es que ya sabemos que al cantar lo de Mami qué será lo que tiene el negro en nuestras esclavas jornadas de 12 o más horas por sueldos de miseria, tendremos la respuesta. Una black card, hijos míos, una black card con línea de crédito en vuestros bolsillos.
David Marzal
Profesor y escritor