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3/08/2013

AMANTES Y PASAJEROS

La comedia no es, como muchos creen, la provocación de la risa; sino el género que lleva los conflictos dramáticos a un final feliz. Y, en contraposición a la tragedia, no deja rastro de dolor. Quizás por eso, tras más de diez años entregado al drama más radical, Almodóvar necesitaba darse un respiro. Bastante jodido está el mundo como para dramatizarlo más. Y todo ese proceso lo lleva a cabo en su última película Los Amantes Pasajeros. 

Los Amantes Pasajeros no está concebida para la complejidad, sino para el divertimento. Es un juguete raro y especial que traslada la acción a un espacio cerrado, casi claustrofóbico, marcado por la división más radical. Los pasajeros no solo se polarizan en durmientes y despiertos, hombres y mujeres, creyentes y agnósticos, abstemios y alcohólicos, gays y heteros, mamadores y mamados, sino muy especialmente en amantes y amados. 

La película es la historia de una huída absurda, un correlato en fuga coral y abigarrado. Tan coral que algún personaje puede aparecer desdibujado. De hecho, el papel de Yazpik, un seductor sicario, no toma la fuerza que debería en contraposición a una fabulosa Cecilia Roth, que se crece en los diálogos más hilarantes. Pero, esa falta de fuerza, se contrapone a un trío protagonista que es un puro milagro del humor. Lo de Cámara, Arévalo y Areces hay que verlo para creerlo. 

Almodóvar envía un mensaje diáfano y sin pretensiones: Estamos tan jodidos que solo podemos improvisar la vida. El avión como metáfora, también, del destino, de la llegada a algún punto referencial que acaba siendo el propio vacío. Cuesta creer que entre polla y polla haya incluso un objetivo existencial a descubrir. El destino no importa, importa el trayecto. Carpe Diem en vena. 

Drogas, sexo, racismo, política, voyeurismo, religión, amor y pánico se entrecruzan. Y no lo hacen como hubiese sido previsible en un tono rápido y desbocado. La película, otra sorpresa, se toma sus tiempos, crea sus silencios y expone al espectador incluso a la melancolía. Ese teléfono en onda abierta es un recurso narrativo fenomenal. 

Algunos la amarán, otros la detestarán, pero todos  comprenderán que lo que acaban de ver no es una comedia para reír, sino una comedia para dejar almenos de llorar durante su metraje. En definitiva, juguete procaz y embarazoso que aglutina todo aquello que siempre hemos admirado de Almodóvar: Su vitalismo y libertaria visión de la vida. 

David Marzal

Escritor y profesor. 



      

                               

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