¿De verdad vamos a
seguir justificándonos por disfrutar de las novelas de acción y suspense? ¿Aún
hay gente que cree que estas novelas no tienen peso literario? ¿En qué escala
de esnobismo se sitúa uno al leer a Karl Ove y despreciar a cualquier escritor
que escribe thriller?
Todas estas
preguntas me asaltaron al acabar de leer Cicatriz de Juan Gómez-Jurado.
Quedarse solo en el caparazón de la obra es injusto.
Si hay algo que se le nota al señor Gómez-Jurado es que de los errores se
aprende y aquellos epilépticos y mareantes giros de El Paciente se
refinan de un modo fascinante. Mientras las anteriores obras jugaban la baza
del cliffhanging argumental, Cicatriz juega al discurso
polifónico de unos personajes tan destrozados por dentro que convierten la
atrocidad en motivo de misericordia.
La historia de un
joven freak con gran talento, su invención y su extraña amante, Irina, dibujan
una de las obras más absorbentes y cruelmente bien enlazadas de los últimos
tiempos. Irina, ese personaje que me recuerda a La Novia de Quentin Tarantino
en Kill Bill, es una de las mujeres
más fascinantes que ha descrito Juan Gómez-Jurado. Fruto de la tragedia,
inspirada en la femme fatale, grato reflejo de aquella fabulosa Perdida,
Irina sabe atrapar al espectador mediante un juego inteligente de intereses y
venganzas. Y es justo en ese punto cuando observamos que los personajes
redondos y complejos de esta novela son la verdadera clave de la intriga.
Si los puristas de
la novela negra o noir creen que esta
debe tener como base la denuncia social, Gómez-Jurado los complace tramando un
camino que recorre diversas geografías de triste actualidad. Rusia o Afganistán
decoran unas vidas entregadas al sacrificio o el egoísmo. Y así, mientras El
Paciente era un viaje para escapar de la maldad del otro, Cicatriz es
un recorrido para huir de los miedos y escapar de la maldad de uno mismo.
Juan Gómez-Jurado
patea al lector con un escenario arrasado por la venganza, la ambición, el amor
o la supervivencia. Porque si hay algo bien estructurado en esta obra son sus
niveles emocionales. Cicatriz es, también, una inmersión en la debilidad
humana, en los azares del destino y en las monedas que caen sobre la cara para
darnos la cruz. Y es ese viaje profuso en momentos emotivos el que descoloca al
lector cediendo parte del clásico entramado policial al entramado emocional. De
este modo, Juan Gómez-Jurado alumbra un plantel más complejo de lo que parece a
priori de personajes que basculan entre su contradicción interna y su necesidad
externa, trasunto de una sociedad, la nuestra, abocada a hacer cosas sin querer
pero amparándose en una falsa necesidad.
Porque la obra de
Juan Gómez-Jurado, experta en personajes límite y al límite, tiene en esta Cicatriz una derivada hacia las grandes
novelas de personajes corales. Eso sí, no nos encontramos de milagro con un Short Cuts porque el autor sabe que la
salsa hasta un punto agrada pero en exceso arruina el plato. ¿Está Juan Gómez-Jurado con sus personajes o contra ellos? En esta ocasión, opino, está hasta
los topes con ellos y esa implicación se nota para bien. Lo ha debido pasar
jodidamente mal por ello, intuyo.
Por otra parte, la
prosa de Juan Gómez-Jurado, que bebe directamente del American Style de
grandes como Palahniuk o King en su faceta de libros comestibles e impactantes,
sigue siendo ágil, directa y de fácil digestión. Pero también ha ganado en
capacidad para matizar, para arropar a sus criaturas con una sintaxis más
estructurada y una gramática excepcional de lo contemporáneo. Episodio tras
episodio y mediante voces internas
u omniscientes Juan Gómez-Jurado
lleva su obra a un luminoso estado de madurez narrativa en el que las
referencias a nuestro entorno, a nuestra realidad cotidiana o figurada no
chirrían. Ahí siguen los ítems que hacen referencia a ciertas marcas o modus
vivendi contemporáneos. Cosa que estabiliza la novela en un entorno de
inmediatez absoluta desligando el discurso de las ínfulas historicistas de
otras entrañables obras del autor.
Si algo me ha
quedado claro con Cicatriz es que Juan Gómez-Jurado ha crecido como
autor haciendo de ciertas limitaciones virtud y arriesgando con una
implantación asombrosa del thriller americano y la novela negra
francesa. Por eso no solo no hay que justificarse por haberla leído, sino que
hay que leerla para comprender que al fin tenemos un escritor en español que ha
sabido actualizar el entramado del suspense al proponer un modelo de acción
netamente blockbuster y muy vinculado a la popularidad. Popularidad que, dicho
sea de paso, ha sido y seguirá siendo la cuna de las grandes obras literarias.
Lo mejor de este autor y su obra, cristalizando en Cicatriz un discurso mucho más efectivo, es que sabe qué lugar
ocupa en el universo literario: El de tramollista de un escenario pensado para
arrastrar al lector al puro y duro entretimiento. Y me huelo que esto es solo
el principio de una serie de obras que irán iluminado un camino cada vez más
retorcido pero con un destino diáfano: Haber hecho que nos lo pasemos bomba.
David Marzal
Profesor de
Secundaria y Escritor. @DMarzal