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Si pulsas en esta célula mi sangre textual circula

9/06/2012

HUMO

La mujer tumbada de espaldas se observa, se mira, se siente. La casa se mantiene silenciosa, apagada de gritos y ruidos externos, serena en el devenir implacable de la noche. Sabe que aquel momento del día es suyo, su parcela, su tiempo. Y todo lo piensa mientras una mano decidida se desliza y toca el pecho que, aún adormilado, empieza a despertarse del ensueño agrietando la piel rosada.

Le gusta tocarse el coño. Le encanta sentirlo. Deslizarlo entre los dedos. Acariciarlo y redefinirlo. Notar que de su dominio se desprende una sensación intensa que convierte la célula inerte de la rutina en un ser vivo que trepa desde los pies hasta la cabeza. Le gusta mirarse, adorarse, besarse un hombro o deshilachar un cabello al tiempo que cierra los ojos.

Sigue un camino complejo, agitado e indefinido, que la lleva de un muslo a otro, como si sus manos fuesen viajantes de paso, turistas que siempre vuelven al lugar en el que la belleza del paisaje merece siempre una foto. Expuesta ya sin reservas a su propio goce, estira el cuello hacia atrás y sonríe. Sonríe por si misma, sonríe por el placer, sonríe por todas aquellas que no se atreven, sonríe al fantasma omnímodo de la culpabilidad que dejó de existir. 

Cuando el cuerpo se relaja, entregado a la brisa de una ventana abierta nota que el cuerpo se recompone, se condensa de nuevo, se hace homogéneo y toma la forma sólida de la lacerante rutina.

Mañana se levantará. Se vestirá. Conducirá. Comerá algo en el bar de la esquina y cogerá un periódico. Cuando lo abra por la página quince notará una contracción aguda en el pecho, un alfiler de dolor en la pupila que desangrará en lágrimas una garganta demasiado constreñida para poder gritar. Mañana se verá en primera plana, grabada, violada en su intimidad, burlada por las fuerzas incólumes de un poder zafio y embrutecedor que ha convertido su sonrisa precedente en mueca y su placer en perversidad.

Lejos de achicarse mantendrá el paso firme. Caminará siempre con la cabeza erguida. Seguirá yendo a los mismos lugares. Comprará en las mismas tiendas. Y paseará las mismas calles. Si alguiense atreve a juzgarla le responderá con una sonrisa. Pero no una de amabilidad sino una de aquellas que se proyecta cuando observas que tu enemigo echa humo de pura rabia. "He vencido", se dirá a si misma. Y pasado el momento amargo de la reconstrucción enunciará con los dedos sobre su coño un nuevo poema de amor propio. Mi territorio, mis reglas.

David Marzal 

Profesor y escritor.

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