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Si pulsas en esta célula mi sangre textual circula

1/13/2012

1984: una revisión.

Leí 1984 de George Orwell con 16 años. Me la prestó un familiar y la acogí con cierto recelo. Viniendo como venía marcado por la insufrible obligatoriedad de la lectura de clase aquel libro se me presentaba como una oportunidad estupenda de demostrarme a mi mismo dos cosas: era capaz de salir del proteccionismo literario del instituto y abrir mi campo de visión a nuevos autores.

Cuando cerré el libro un escalofrío me recorrió. Por encima de toda esa parafernalia de crítica al comunismo (a los totalitarismos al fin y al cabo), por encima de la estética casi metálica y fria de las sensaciones que vive el sufrido Winston, por encima de la tortura y la alienación, me horrorizó un detalle: la alteración consciente del lenguaje que provocaba el Poder para esclavizar a sus víctimas. La Neolengua.

Una lengua no es solo un sistema de expresión o entendimiento; es también, aunque muchos se entesten en negarlo, una manera de construir el mundo. De forma equivocada, pensamos largo tiempo (influencias aún presentes del estructuralismo) que la realidad creaba el lenguaje. Craso error. Es el lenguaje aquello que crea la realidad. Pero no en sus acepciones concretas sinó en su cosmovisión. Pondré un ejemplo: si preguntamos a dos personas de culturas radicalmente distintas qué es la felicidad no acertaremos a encontrar una definición concreta. Puesto que la felicidad es un abstracto no hay definición totalizadora que la enmarque.

Toda abstracción da como posibilidad una conceptualización abierta y no limitada. El lenguaje, pese a nuestro empeño, no es un campo delimitado. De hecho, la tarea de los lingüistas y filólogos es concretar esos límites para preservar usos y formas comunes. Y es de ese quebradizo espacio donde el Poder, quasi como si de un monstruo mítico se tratase, se alimenta. Definir es delimitar. Y el Poder rehuye frecuentemente la definición.
Las palabras son contenedores de experiencia, cajas de recuerdos, enciclopedias de historia, deseos, hipótesis y hasta una simple cuchara. Alterar el lenguaje es por tanto alterar la esencia misma del ser humano porque como tales (y a diferencia de los animales) somos los únicos capaces de generar lenguaje de manera continuada y creativa.

En 1984 el proceso era claro: reduzcamos las palabras porque eso impedirá que conozcan el mundo. Y usemos siempre los mismos lemas para anihilar el ansia de libertad o propuestas y hagamos que los mensajes sean solo inteligibles para unos pocos y convenzamos de la bondad de un término negativo. ¿Se imaginan ustedes defendiendo la esclavitud de los niños? ¿Se imaginan defendiendo que la opresión es positiva? ¿ Se ven arengando a las masas para convencerlas de que la muerte es la solución a todos los problemas? ¿No?

Claro, ustedes no. Ustedes son buenos. Pero el Poder lo sabe y no dudará en hacernos dudar una y otra vez. Y si aún tienen dudas recuerden 1984 de George Orwell en mitad de esta rebelión en la granja que estamos viviendo.

Y si aún dudan de esto, definan la siguiente palabra: dinero.


David Marzal

Filólogo y profesor



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