Se ha producido la ignomínia, ajustada a Derecho, que muchos esperaban y otros ni concebían. Por unanimidad 7 jueces del TS (Tribunal Supremo) han condenado a D. Baltasar Garzón a once años de inhabilitación. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. El problema viene cuando a la inhabilitación se le suma la causa: investigar la corrupción política que concierne al caso Gürtel. Es entonces cuando uno entra en shock, siente rabia y frustración. ¿Justicia? No, señores, esto no es justicia. Esto se llama venganza.
Decía Platón que se podía detectar la injusticia cuando los afectados por una decisión sentían en su interior una impresión negativa. Creo que son pocos los que han tenido tripas para soportar el veredicto. La mayoría de ciudadanos hemos sentido una punzada, una agonía, una laceración en nuestra dignidad. Un juez condenado por haber realizado escuchas ilegales no debería ser motivo de escándalo. Pero el problema es que el órgano judicial que le ha juzgado está tan viciado políticamente, tan hediondo de odios y tan vacio de empatía que una decisión otrora racional supone la mayor afrenta.
Garzón no es ningún santo pero el efecto coercitivo que esta sentencia provoca sobre los demás jueces es denunciable más allá de las fronteras españolas. A mi nunca me cayó bien Garzón. Incluso llegó a parecerme un endiosado al que el poder le ponía alfombras rojas dependiendo de sus conveniencias. Pero esta condena es además de extemporánea una provocación al pueblo. Si querían destrozar a Garzón lo tenían fácil: cuando empezó a investigar el GAL lo hubieran podido inhabilitar. Pero entonces no interesaba, no venía bien. Eran tiempos de Váyase señor tal o Entre señor cual. Garzón fue creciendo a la sombra del poder pero en su camino fue implacable contra narcotraficantes, dictadores, torturadores, mafiosos, asesinos, terroristas y corruptos.
Pero Garzón tocó un músculo prohibido, un nervio tan sensible como el óptico, tan frágil como la fina capa que recubre nuestro cerebro y almacena nuestro recuerdo: tocó al Partido Popular. Y eso en España no se toca. Y no se toca porque no conviene. Porque reconocer que ciertos estamentos judiciales huelen a sudor franquista y vómito de conveniencias da rubor y vergüenza.
Hoy ha sido condenado un hombre inocente por el peor delito al que puede ser condenado un juez: prevaricación. Pero el pueblo en su mayoría sabe que no es así. Era la excusa pero no el motivo. Mientras se aleja el Sr Garzón despojado de toga y sueldo pero con dignidad de la Audiencia Nacional me vienen a la cabeza otras voces, otros ámbitos como diría Truman Capote. Un juez que dejó en la calle por negligencia a un condenado y dio como resultado la muerte de la niña Mari Luz, otro juez que dejó en la calle a un violador y dio como resultado el violador de l'Eixample, otro juez que liberó mediante permiso a un joven y dio como resultado el caso Sandra Palo, otro juez que insultó y humilló a todos y hoy ejerce...y suma y sigue y vuelve a empezar.
Hoy las almas de los inocentes sobre los que se hizo justicia aplauden a Garzón. Los hijos de las madres argentinas, los niños desaparecidos, las víctimas de la dictadura chilena, las madres de los drogadictos que vieron como encerraban a los verdugos, las familias de víctimas de ETA que vieron como este juez encerraba a los etarras. Y mientras esas almas aplauden, otras bailan la macabra danza del ojo por ojo.
Levante la cabeza Sr Juez, mire al frente y no tema. Puede mirar a los ojos de la gente con certera inocencia. Si algún dia me cruzo con usted le miraré y verá en mi mirada mi aprobación. Ni acepto ni acato esta sentencia. Porque no todas las sentencias son justas. La de hoy ha pasado a la historia de las atrocidades, ajustadas a Derecho eso sí.
Mantengamos firme la dignidad. Siete jueces no pueden soportar hoy nuestra mirada. Un juez llamado Garzón les ha ganado la partida moralmente, que es la mejor manera de ganar las partidas de la furia.
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Es prega sinceritat. Se ruega sinceridad.